Por Yoshua Oviedo

Estos productos comunicativos han sido escritos por profesionales . costarricenses que han participado en el Laboratorio de crítica cinematográfica del CRFIC. Las opiniones aquí reflejadas son exclusivas de los críticos y no necesariamente representan la posición del festival.

Para su tercer largometraje de ficción, los realizadores Çağla Zencirci y Guillaume Giovanetti variaron un poco su tradicional método de trabajo: Sibel (2018) fue su primer filme con actores profesionales y es una coproducción entre cuatro países. No obstante, la esencia de su obra se percibe en su nueva película.

Acostumbrados a contar historias centradas en un protagonista que se enfrenta al mundo que le rodea, los realizadores proponen una mirada crítica a grupos sociales poco retratados en el cine. En Noor (2012), la protagonista es una mujer que desea ser hombre y, para encontrar a alguien que le acepte tal como es, realiza un viaje en el que abandona a los Khusras, la comunidad paquistaní transgénero. En Ningen (2013), parten de una leyenda japonesa para retratar a un ejecutivo que desea suicidarse y termina en un hospital psiquiátrico.

Los tres filmes comparten, además, un estilo semi-realista, en el que el encuadre documental se mezcla con un argumento que por momentos resulta fantasioso. En Sibel esto resulta un poco desorientador (en el buen sentido), ya que ni el ritmo ni la actuación cambian.

Sibel transcurre en las montañas del norte de Turquía, en una aldea llamada Kusköy, conocida como “el pueblo de los pájaros”, debido al particular método de comunicación que usan: un sistema de silbidos ancestral que, desde 2017, es Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO.

Si bien el comunicarse por medio de silbidos es algo regular en este pueblo, sus habitantes hablan normalmente, salvo la protagonista, quien da nombre al filme. Ella nace muda y ha sido criada por su padre junto a su hermana menor, Fatma. Entre las hermanas hay diferencias abismales. Mientras Sibel es independiente, trabajadora, aventurera, inquisitiva y no se conforma fácilmente, Fatma confía en su belleza, le gusta el cotilleo, salir con amigas a fiestas y espera a ser desposada.

El padre es el jefe administrativo del pueblo y ha dado a Sibel libertad para que ella se traslade a su juicio. No así con Fatma, a quien vigila celosamente y le asigna un rol más pasivo. En este núcleo familiar se nota la postura patriarcal que domina el pensamiento de los lugareños. Sibel ha escapado de un rol más pasivo, en parte por su mudez. Sin embargo, esto provoca que la vean con escepticismo, principalmente las mujeres que la acusan de causar “mala suerte”.

Los directores van recorriendo ese microcosmos con un estilo documental. La acción se divide entre las escenas en el pueblo y la casa de la protagonista, y las que transcurren en el bosque, donde Sibel se interna cada tarde con un rifle a la espera de cazar a un lobo.

El pueblo representa la tradición, las costumbres no cuestionadas, el orden establecido. Ahí, las mujeres salen a trabajar en las plantaciones, atienden a los hombres y son felices si alguien quiere casarse con ellas. El bosque, por su parte, es el lugar prohibido, allí está lo desconocido, es salvaje y amenazador. Por ello, el pueblo crea el mito del lobo que acecha los alrededores. Así se aseguran de mantener el orden. Sin embargo, Sibel es rebelde, ella quiere conquistar los temores del pueblo.

En una de sus excursiones, Sibel se encuentra con un hombre. Probablemente sea la primera persona externa al pueblo que conoce en su vida y, tal vez, por eso le ayuda a recuperarse de una herida. El filme se torna en este segmento repetitivo y los directores abusan en la cantidad de encuentros que tienen los personajes.

El fugitivo es otro elemento exótico en la vida de Sibel, pero también representa una amenaza para la normalidad de la aldea: en algunas escenas en las que los personajes están viendo televisión o escuchando la radio, se mencionan actos terroristas; este es el contexto turco allende Kusköy.

Cuando el pueblo se entera de que Sibel está ayudando y frecuentando a un fugitivo, la calma se acaba y pronto tanto el padre como las mujeres del lugar le hacen saber a Sibel cuál debe ser su lugar. Es un momento decisivo para ella, pues al haber descubierto la libertad, no quiere renunciar a ella. El pueblo nunca le había parecido tan anticuado y falto de sentido.

La lucha de la protagonista funciona como metáfora de las batallas que en la actualidad están librando las mujeres por quitarse las cadenas de la opresión. Fiel a su estilo, los realizadores retratan al mundo patriarcal como un espacio lleno de prejuicios y gente sin ambiciones, estancado en una forma de pensamiento que se entiende dañina y que basa su poder en la tradición y en las leyendas.

En cambio, como lo hizo el protagonista de Noor, Sibel también se rebela y lucha por lo que cree. Su espíritu es incendiario y, como tal, manda un mensaje al pueblo para que deje de creer en leyendas; guía a su hermana a un coche, tal vez con un destino fuera de la aldea y; en un final esperanzador, la cámara muestra a una joven que la ha estado observando y le sonríe, un gesto entre el agradecimiento y la complicidad. Sibel ya no será la única rebelde en Kusköy.

País: Turquía-Francia-Alemania-Luxemburgo

Año: 2018

Título original: Sibel

Dirección: Çağla Zencirci y Guillaume Giovanetti

Guion: Ramata Sy, Çağla Zencirci, Guillaume Giovanetti

Etiquetas: 
Crítica, 7CRFIC