Entrevista a Claudia Huaiquimilla, cineasta mapuche
La lanza dorada del cine de Claudia
El Costa Rica Festival Internacional de Cine invitó a la directora y guionista mapuche chilena, Claudia Huaiquimilla (Chile, 1987), a presentar su segunda película Mis hermanos sueñan despiertos en la décima edición del evento. El CRFIC conversó con la cineasta sobre este largometraje dedicado a diez niños que murieron en un correccional en el sur chileno.
Fue una tragedia y la cineasta sintió la responsabilidad imperiosa de contar la historia. Huaiquimilla había precisamente presentado su primer largometraje Mala junta a muchachos recluidos en un centro del Servicio Nacional de Menores (Sename), donde el relato del motín con fuego, ocurrido en 2007, provocado por diez adolescentes que murieron en un correccional en Puerto Montt la marcó profundamente.
“No me pude sacar la imagen de los chicos de la cabeza”, expresó en entrevista originalmente publicada en el Semanario Universidad. Llegó a su hogar con una cama calentita, y pensó que no podía quedarse sin actuar tras haber conocido esa realidad.
“Como mi forma de ayudar es el cine, busqué los testimonios de los muchachos en distintos centros y generé personajes no de cartón, sino tridimensionales que tanto nos hace falta en el retrato”, comentó la cineasta.
En su accionar cinematográfico, Huaiquimilla se reconoce como mujer y como mapuche. Es un gesto político que responde a las palabras de su padre cuando este le decía que el apellido que lleva significa lanza dorada y que “al que abre (camino) siempre le va a doler”. Al reivindicar su condición de género, etnia y cultura, la cineasta promueve que niñas mapuches ocupen su mismo lugar.
Hauiquimilla nunca olvidará que un 18 de septiembre, día de las fiestas patrias, estando ella en un colegio católico de niñas, habían 600 estudiantes “guasitas elegantes con trajes típicos y solo yo una mapuche”.
Ese día la pasearon por todas las salas como un objeto de museo: “Yo no estaba disfrazada, yo estaba vestida para mí muy normal; como soy súper tímida, fue muy traumático y siento que se me repite esa historia una y otra vez”.
Producto de ese trauma y quizá como una manera de sanar esa herida, su tercer proyecto es narrar su propia historia, que también es la historia no oficial de su país.
“Nosotros no somos objetos de museo, somos una cultura viva y en resistencia y ocupamos las herramientas de la modernidad para seguir subsistiendo, es importante contar eso y darle dignidad a través del cine”, dice con una lanza dorada en sus ojos.
Tiene usted una capacidad especial para reflejar, representar, a los adolescentes de una manera muy sensible y no desde la superioridad adultocéntrica, sino realmente metida en el mundo de ellos. Me recordó el tratamiento de la niñez que William Golding hace en El Señor de las Moscas.
—¡Qué buena referencia!
Esa novela me pareció fascinante porque el autor escribe, desde la perspectiva de los niños, una parábola sobre la humanidad. En su película hace referencia a la sociedad chilena y en específico al estallido social, según contó usted misma en la presentación de la película en el 10CRFIC.
—Sí. Es muy fuerte que nombres la novela porque la leí después de ver la película (homónima, basada en la novela). Hoy día en Chile no existe el curso de filosofía, se sacó de las escuelas, pero cuando yo estudiaba era clave porque nos promovía tener un pensamiento crítico y la película que vimos fue El Señor de las Moscas. Yo quedé impactada. Como bien dices tú, lo que sucede en mi película es un reflejo de las dinámicas que se repiten en los centros de detención juvenil.
En mi caso, me siento muy cercana a la energía de las chicas y de los chicos porque creo que a mí se me reitera, sobre todo siendo directora mujer y también mapuche, el hecho de que la represión por parte de la autoridad y del decirme cómo se hacen las cosas, se repiten constantemente. Cuando era adolescente no lo supe expresar con palabras y con el cine es como logro transmitir eso que me dolió. Ahora veo a los adolescentes con su dolor y trato de ser un canal para ayudarles a traducir lo que están sintiendo. Sin embargo, no es que yo decida que mis películas sean sobre la adolescencia, es solo que estoy en la vida y veo un dolor y tengo que hacer algo.
¿Cómo nació el proyecto? ¿Por qué hace una película sobre estos chicos?
—Fui a un centro de detención juvenil a presentar Mala junta, mi primer largometraje. En esas circunstancias pareciera que uno va a hacer una acción solidaria y fue todo lo contrario, pues el ejercicio fue de vuelta hacia mí. Me dije: “tú no estás haciendo caridad y más bien estás rompiendo tus estereotipos, tu prejuicio y desinformación”. No me pude sacar la imagen de los chicos de la cabeza. Llegué a mi hogar con una cama calentita y dije: “no, no puedo quedarme sin actuar tras haber conocido esta realidad”; como mi forma de ayudar es el cine, busqué los testimonios de los muchachos en distintos centros y generé personajes no de cartón, sino que personajes tridimensionales que tanto nos hace falta en el retrato. En nuestro país la adolescencia y la juventud son un personaje menor y no quienes llevan la acción. Al conocer esta historia sentí que había ahí una voz que era importante contar.
¿Cómo fue la construcción del guion?
—Con mi primera película conocí este caso que ocurrió en el sur de Chile, del motín en que murieron estos niños. Volví a una investigación anterior, pues uno siempre investiga lo mismo, volví a ese archivo y me impactó que dentro de estos diez chicos habían tres personajes que me llamaron mucho la atención: dos de ellos eran hermanos, de 14 y 16 años —que es la misma diferencia de edad que tengo con mi hermano menor— y de ahí partió la primera pregunta: ¿cómo pudo haber sido para mí haber criado a mi hermano en esas circunstancias? Si yo lo tengo que cuidar pero nos ponen en casas distintas, si no estamos de acuerdo de cómo vivir esa estadía, si quiere sumarse al motín y yo no. El otro personaje surgió de que estos chicos estaban en una casa de buen comportamiento, pero venía un chico mayor de la capital que no debía haber estado en esa casa y fue quien inició la idea del motín. Finalmente, ahí se cruzan muchas situaciones que no debían vivir estos chicos.
A diferencia de la película anterior, que no sabíamos el final, en esta sabíamos dónde iba a terminar, pero no sabíamos cómo íbamos a llegar ahí; entonces, nos centramos en estos hermanos y estructuramos el guion. Primero nos encariñamos con los personajes, los vimos como personas y no como un expediente criminal. Por eso nosotros nunca nombramos el crimen que cometieron. Nos concentramos en el viaje de ellos como personas y sobre todo en el personaje principal, que sí cree en el sistema, que sí cree que estudiando va a poder salir, que sí cree en la opción no violenta, pero el sistema lo va dejando sin salida y por amor va a tener que traicionar lo que cree y sumarse a un motín porque no ve otra salida.
¿El trabajo suyo como directora y guionista le permite una dinámica lúdica cuando está grabando, sin que tenga que cambiar el guion?
—Me permite sentirme muy cómoda y sin rigidez, porque para mí el arte es un espacio de exploración. Yo no voy con una tesis cerrada nunca y por eso mucha gente se sorprende que trabaje con actores y actrices que nunca han hecho nada escénico. Trabajar con personas que nunca han hecho cine, que no tienen ninguna experiencia para mí tiene que ver con buscar algo especial en personas que ni siquiera se han imaginado en el set. Trabajar con adolescentes es trabajar con lo incierto y eso puede dar mucho susto, porque la gente quiere rigidez y quiere algo establecido, pero esa cosa incierta puede ser muy virtuosa. Entonces, como no le tengo miedo, me llena de vitalidad; enciende una chispa que yo necesito capturar y en ese sentido lo hago de ida y de vuelta, no es por imposición y si no se sienten cómodas o cómodos me lo dicen y yo también, y de este modo generamos una complicidad tan grande que puedo ser la voz de la conciencia, les digo cómo puede ser o les voy soplando.
Trato de no cortar ese ímpetu que ellos no saben controlar porque no tienen una expertise de controlar el llanto; hay que ser muy respetuoso ante el desbordamiento de las emociones y contenerlos sin violencia —porque los set de cine son muy violentos—. Yo nunca doy instrucciones en voz alta, yo las doy sin que nadie más escuche.
¿Cuéntenos la historia del chico que se separó de la filmación y se infiltró en la cotidianidad del centro de detención donde grabaron?
—César Herrera (Franco) quería conocer a los chicos directamente porque es un poco como su personaje, impulsivo y desafiante de las reglas; por eso se arrancó de nosotros, se fue y volvió muy contento porque lo habían confundido como un chico del centro. Lo hizo sentir muy empoderado. Los chicos lo hicieron sentir parte y él se sintió aprobado. Siento que los chicos (actores) se lo tomaron con una responsabilidad muy grande y entendían que esto no era un juego, sino que ellos estaban representando de algún modo a sus vecinos, a sus amigos y a esos niños que conocieron, por tanto, no era un juego y el motín con el fuego tampoco era un juego.
Ellos pudieron haber hecho tonterías con el fuego y en ningún momento lo hicieron, sino que fue un momento de concentración, de hermandad, y cuando yo les dije que gritaran consignas empezaron a gritar sus propias consignas. Yo pensé en cuánto dolor había en sus corazones arraigado por las propias situaciones vividas en sus barrios.
Esto de las consignas me lleva también a una pregunta que tiene que ver con el estallido social en Chile que estaba ocurriendo en el momento de la filmación y que mencionó en la presentación de la película en el marco del Festival. Los chicos en la película corean “nos quitaron tanto que nos quitaron el miedo”, y esa frase viene del movimiento social de esa época.
—Esta película no surge a partir del estallido social sino antes, porque nosotros ya veníamos investigando cuatro o tres años antes sobre el tema. Para mí estos chicos también son parte de mi realidad como mapuche, pues me pasó que la historia que me contaban en mi escuela y colegio, sobre mi familia y mi gente, no coincidía con la que yo conocía en mi hogar. Así empiezo a cuestionarme quiénes cuentan la historia y cuáles son sus personajes, cuáles son los personajes que son tratados con dignidad y estos personajes no lo son. Entonces, yo decidí poner la cámara en otro lugar; empezamos a construir esta historia antes y cuando llega el estallido social, claramente, una de las primeras consignas, es pedir dignidad, pedir derechos humanos para la infancia y la infancia más vulnerada. Quienes primero hicieron este incendio fueron los adolescentes, ellos fueron los que hicieron el primer salto, despertaron a los adultos. Nosotros salimos a marchar porque coincidió el rodaje con ese momento y nos preguntamos: ¿filmamos o no filmamos?
Así dejamos nuestro ego de lado y nos pusimos al servicio de esa historia. Por eso quedó esa consigna de “nos quitaron todo hasta el miedo”. De algún modo nos convertimos en cronistas de nuestra historia, pero desde otro lugar y poniendo la cámara donde no la están poniendo los noticieros o la autoridad, sino que dentro de la protesta y sin miedo y sin asco a esos personajes, tratando de reflejar, la verdad que hay y que los otros no están mirando.
Para cerrar, quiero preguntarle sobre su acción política como mujer cineasta y mapuche en relación con los derechos de las mujeres de trabajar sin violencia y otros aspectos encarnados por usted, teniendo en cuenta tu origen y cultura.
—Sí, me reconozco públicamente como mapuche porque creo que a nuestra generación nos hubiese encantado el poder reconocernos en relatos que no tuvieran que ver con modelos de infancia en los cuales no calzamos por nuestro color de piel. Al reconocerme como mujer y como mapuche un montón de niñas mapuches más podrían ocupar el mismo lugar que estoy ocupando y por eso lo hago como un gesto político.
Mi padre me decía que mi apellido significa lanza dorada y que al que abre siempre le va a doler; decía que yo era un eslabón más de la cadena y que hubo otros que abrieron paso por mí. Un gran guerrero mapuche no es quien pelea con la fuerza, sino que es un estratega. Hay un guerrero mapuche que secuestraron, le mataron a su familia y vio cómo los torturaron. Él se crió con los españoles y aprendió la técnica del caballo y luego se “arrancó” y utilizó esas técnicas para derrotar a los españoles en Chile. Mi padre me decía: tú no tienes el caballo, tú ahora tienes la cámara que es una forma de dar espacio y cabida desde otro lugar que parece más silencioso, pero puede ser mucho más expansivo a largo plazo. Trabajé escribiendo y dirigiendo una serie para Netflix con mujeres de entre 8 y 84 años. Fue de los mayores desafíos para mí, en el que no solamente traté de construir personajes femeninos que mueren y se movilizan cuando las instituciones no lo hacen, sino que además el rodaje fue paritario. La película que viene ahora es más personal. Es de una niña mapuche, pero de las mapuches —como nos dicen a los que vivimos en la ciudad por ser diáspora, por estar alejados de la comunidad— que se les dice mapurbe.
Si miras la fotografía emblemática del estallido social en Chile, la que se alza no es la bandera chilena, la que se alza es la bandera mapuche y yo como niña en los años 90 jamás hubiese imaginado que eso se iba a levantar. Nunca pensé que yo iba a vivir el que se levantara la bandera mapuche como la representación del pueblo. Desde niña, mi padre me habla de que no somos reconocidos en la Constitución del país y que eso hay que cambiarlo; entonces, que ahora Chile esté reescribiendo la Constitución es muy fuerte. Ahora se conoce esa historia, pero no se conoce la otra historia de cómo llegamos a izar esa bandera. Esa otra historia involucra a las mujeres más invisibilizadas que son las mujeres mapuches. El movimiento de resistencia de los noventas fue liderado, especialmente, por mujeres y una de ellas la presidenta de la convención constituyente en Chile (María Elisa Quinteros).
Lo que hago ahora es escribir mi propia historia, que también es la historia no oficial de mi país. Nosotros no somos objetos de museo, somos una cultura viva y en resistencia y ocupamos las herramientas de la modernidad para seguir subsistiendo, y eso creo que es importante contarlo y darle dignidad a través del cine. Ha sido una vergüenza cargar con el ser indígena, entonces, por qué no romper con esa designación y decir que somos las primeras naciones.