En cine, Finlandia se llama Aki Kaurismäki
Pocas cinematografías de la actualidad están asociadas a un apellido. Sin embargo, la finlandesa es una excepción, ya que en su poca producción destaca el cineasta Aki Kaurismäki (Orimattila, 1957). Kaurismäki es reconocido internacionalmente por su particular estilo, en el que el humor seco se mezcla con la desesperanza, creando obras de carácter sublime, con personajes inexpresivos, diálogos lacónicos y un sentido del absurdo con el que ironiza sobre la condición humana.
En su obra, Kaurismäki recurre a personajes proletarios: mujeres y hombres que sufren por el desempleo, la falta de oportunidades, el racismo; pero que también tienen gran esperanza y solidaridad.
En La chica de la fábrica de fósforos (1990), su actriz fetiche, Kati Outinen, es una obrera que sueña con encontrar a un hombre y tener una familia, pero ante los constantes maltratos, toma decisiones drásticas en un claro alegato marxista.
El amor y odio hacia Helsinki se expresa en Nubes pasajeras (1996) y Un hombre sin pasado (2002), ambas, parte de su Trilogía Finlandia, en la que con tintes expresionistas se muestra una faceta más cálida y esperanzadora, a pesar de la colorización en tonos azul grisáceos que remiten al cine de Melville.
Tras un breve paso por Francia, Kaurismäki regresó este año a Finlandia con El otro lado de la esperanza, en la que, con cierto cinismo, da voz a otros personajes de la periferia social, en este caso a refugiados sirios. El filme rompe el usual anacronismo de su obra al partir de un contexto actual con el que desenmascara la hipocresía europea con respecto a los refugiados.
El director finlandés Aki Kaurismaki es el responsable de la quinta parte de la industria fílmica de su país a partir de la década de los ochenta, junto con su hermano Mika también cineasta. Antes de dedicarse al cine, trabajó en una variedad de puestos tan disímiles como cartero, lavador de platos y crítico de cine, hasta que finalmente, debido a su admiración por el filme Alphaville de Jean Luc Godard, se decantó por la producción y distribución de películas, y creó la empresa Villalfa.
Con el humor cáustico que lo caracteriza, Kaurismaki sentencia que ninguna de sus películas debe durar más de noventa minutos y al contrastar esta premisa con la realidad se confirma que la mayoría de sus trabajos no dura más de los setenta. Efectivamente son obras cortas y que parodian excéntricamente varios géneros (como los road movies, el film noir, o los musicales de rock). Asimismo, están poblados de lúgubres finlandeses bebedores, acompañados de bandas sonoras llenas del rocanrol de los años cincuenta.