Por Manfred Vargas del Laboratorio de crítica y periodismo cinematográfico CRFIC16
Las películas animadas han sufrido una inclusión incómoda en la mayoría de festivales de cine. Frecuentemente asociados -con o sin razón- con públicos infantiles y fines comerciales, estos filmes encuentran dificultades para conseguir espacios apropiados en medio del gran número de películas artísticas o experimentales que dominan la programación de los certámenes cinematográficos. Sin embargo, desde que su primera edición en el 2012 fue inaugurada con el largometraje animado español Chico y Rita, el Costa Rica Festival Internacional de Cine (CRFIC) ha buscado brindarle un lugar permanente a este tipo de propuestas, una decisión acertada si se considera que en la actualidad existen películas animadas que incluso pueden ser tan o más arriesgadas y desafiantes que sus contrapartes de acción real. Ese es caso de dos de los largometrajes que fueron incluidos en esta edición 2016 del CRFIC: The Red Turtle y My Entire High School is Sinking Into the Sea, ambas las operas primas de dos luminarias de la narrativa gráfica internacional.
The Red Turtle es co-escrita y dirigida por el connotado animador holandés Michael Dudok de Wit, cuyos cortos han ganado el Oscar y el BAFTA, entre muchos otros premios. Para esta primer obra de larga duración, de Wit contó con el espaldarazo de Studio Ghibili, convirtiéndose así en la primera co-producción internacional impulsada por el venerable estudio de animación de Hayao Miyazaki., La película consiste en un hombre varado en una inhóspita isla cuyos intentos por zarpar hacia alta mar son frustrados por una gran tortuga roja que luego se convierte en mujer y con la que termina procreando una familia. Esta simple historia refleja la fuerte impronta humanista y ambientalista que caracterizan a los trabajos de Ghibli.
Aún cuando la película manifiesta elementos fantásticos inspirados por leyendas asiáticas, las temáticas que explora son absolutamente cotidianas, como lo son la voluntad del ser humano por sobreponerse a la adversidad, la importancia de la familia para la supervivencia y el poder de la naturaleza como dadora de vida y esperanza. Sin embargo, es en la singularidad de su propuesta estética en donde la película verdaderamente sobresale ya que, al ser completamente desprovista de diálogo, su conexión emocional con la audiencia depende de los trazos gentiles de sus dibujos, la expresividad lírica de los movimientos de sus personajes y la sencilla pero sugerente representación de la naturaleza; elementos que, junto con una poderosa banda sonora original, se confabulan para crear secuencias de una belleza verdaderamente conmovedora. La desventaja de esto es que la película por momentos peca de exceso de solemnidad, recurriendo a estas secuencias para rellenar una historia excesivamente ligera que pudo haberse desarrollado en menor tiempo.
My Entire High School is Sinking Into the Sea es, por otro lado, el tipo de película que inicia con una advertencia sobre la posibilidad de sufrir ataques epilépticos. Escrita y dirigida por el caricaturista estadounidense Dash Shaw, un raro ejemplo de un novelista gráfico que logra hacer el salto a la animación, el filme rinde homenaje y al mismo tiempo satiriza a las películas de desastres a través de la trama de un acérbico adolescente californiano quien, junto con otros 900 estudiantes, se encuentra abruptamente luchando por su vida en el medio del Océano Pacífico luego de que un terremoto desprendiera a su colegio del resto de tierra firme.
Para ser una película en donde centenares de despavoridos jóvenes mueren ahogados, electrocutados o devorados por tiburones, My Entire High School is Sinking Into the Sea es sorprendentemente divertida, con una sensibilidad jocosa y absurdista, y un anárquico y audaz sentido de la experimentación. El punto fuerte de la película es su aspecto visual, el cual converge alrededor de una visión idiosincrásica, artesanal y mixed-media sobre cómo hacer cine animado con bajo presupuesto, visión que se extiende desde los acartonados e inexpresivos movimientos de todos los personajes hasta los fondos que parecen haber sido dibujados con Crayola, pasando por un chiste que se basa en mostrar repetidamente la imagen de unos hisopos y una inexplicable digresión llena de colores estroboscópicos y formas pixeladas.
El guión, en estas circunstancias, es prácticamente irrelevante, ya que, no solo toma un lugar muy secundario detrás de lo visual, sino que todos los diálogos son interpretados con el mismo tono anodino que incluso hace que, por momentos, sea imposible escucharlos ante la estridencia de la banda sonora. El efecto acumulado de todo este collage de ideas y técnicas es, inevitablemente, una migraña, aun cuando brinda situaciones exhilarantes de gran imaginación.
The Red Turtle y My Entire High School is Sinking Into the Sea son dos películas que, más allá de tener tramas relacionadas con el océano y la superación de obstáculos, son absolutamente disimiles entre sí, pero que precisamente gracias a esa característica son un perfecto ejemplo de la diversidad y ambición del cine animado contemporáneo, situación que se puede profundizar todavía más si artistas del tremendamente creativo mundo del cómic -como Dash Shaw- se atreven a dar el salto a la animación. Esperemos que para ese momento el cine animado haya logrado pasar a convertirse en una parte integral de todo festival, y no simplemente una muestra paralela o secundaria como lo ha sido hasta ahora.