Por Yoshua Oviedo

Estos productos comunicativos han sido escritos por profesionales costarricenses que han participado en el Laboratorio de crítica cinematográfica del CRFIC. Las opiniones aquí reflejadas son exclusivas de los críticos y no necesariamente representan la posición del festival.

Sudáfrica, 1984. Un joven es llamado para enlistarse en el ejército, y su habilidad para el canto y tocar el piano le hacen merecedor de integrar el coro de las fuerzas militares sudafricanas: los Canarios. En el campo de entrenamiento dudará de su orientación sexual y el contexto religioso y militar no le hará fácil tomar una decisión.

En primera instancia, se puede pensar que Kanarie es un drama convencional de temática homosexual. Sin embargo, se trata de un musical con situaciones que satirizan el cine bélico, principalmente las escenas de entrenamiento.

Tras su primer largometraje, Johnny is nie dood nie (2016), un drama sobre un grupo de amigos que se reúnen para celebrar la vida de un cantante que se suicida, el director Christiaan Olwagen filma dos películas en el 2018: la mencionada Kanarie y La gaviota, una adaptación de la obra homónima de Chéjov. Lo que tienen en común los tres filmes es la puesta en escena coreografiada: la teatralidad en La gaviota y la música en las otras dos, marcan los ritmos.

Por ejemplo, Kanarie comienza con Johan (Schalk Bezuidenhout), el protagonista, vestido de novia por dos chicas, quienes le retan a salir a la calle; un plano secuencia sigue su recorrido y la banda sonora aparece, los créditos van sucediéndose y, tras el título, un cambio rápido de toma y la secuencia sigue como un videoclip, con Johan ahora vestido como si fuera Boy George.

Sin embargo, ese tipo de irrupciones no se dan más a menudo y el filme falla en la representación cómica, las actuaciones exageradas y por un guion que en su parte más dramática es esquemático en exceso y plantea los conocidos lugares comunes en el cine con temáticas LGBT.

Por medio de varios títulos el filme tiene una estructura episódica y se puede considerar un road movie en tanto los personajes se trasladan en una gira por diferentes partes del país. Ahí se gestará el romance, el cual tiene sus escenas tiernas, amorosas.

Los 124 minutos de duración se vuelven pesados, en especial cuando el tono cambia a un típico romance juvenil, con los miedos, el primer beso, las escapadas románticas, la transgresión, la negación y la despedida. Hay muchas películas con estos contenidos que caen en una función didáctica. Aquí, el director logra por momentos plantear una estética desde la cual narrar de manera diferente, pero quiere contar tanto, que termina dispersándose.

Por destacar, el uso de la música como elemento narrativo. Olwagen se vale de la música pop ochentera para introducir un elemento subversivo: sea en la secuencia en la que asisten a un club nocturno o en el cambio de registro musical con respecto al repertorio formal que interpretan a diario.

Lo más agradable resulta en el conflicto de Johan en medio de dos instituciones tradicionalmente heteronormativas: el ejército y la religión, y, en contraste, la forma en la que el arte, expresado a través de la música, permite una sensibilización y un camino hacia la aceptación propia y de los demás. También destaca el proceso en el que va definiendo su orientación sexual y su posición ante los demás: él proviene de una zona rural y al entrar al ejército conoce a otras personas que viven su sexualidad de forma más abierta y sin tantos tabúes, a la vez que amplía su concepción de mundo. La buena actuación de Schalk, quien construye un personaje profundo, con varias capas, resulta atractiva y convincente. Su personaje se debate entre distintas pasiones y el actor maneja bien los cambios de registros.

 

País: Sudáfrica

Año: 2018

Título original: Kanarie

Dirección: Christiaan Olwagen

Guion: Charl-Johan Lingenfelder, Christiaan Olwagen

Música: Charl-Johan Lingenfelder

Etiquetas: 
7CRFIC, Crítica