Por Yoshua Oviedo
“Todos enfrentamos un desafío en la vida porque, sin un desafío, no habría ninguna razón para seguir avanzando hacia su futuro”. Mark Twain, Huckleberry Finn
Estos productos comunicativos han sido escritos por profesionales costarricenses que han participado en el Laboratorio de crítica cinematográfica del CRFIC. Las opiniones aquí reflejadas son exclusivas de los críticos y no necesariamente representan la posición del Festival.
Julio Hernández Cordón es desde hace mucho el cineasta centroamericano con mayor proyección internacional. Sus películas se estrenan regularmente en festivales europeos y su forma distendida de producción le permite seguir filmando a un muy buen ritmo.
Cómprame un revólver (2018), su sétimo largometraje, se estrenó en la Quincena de los Realizadores en Cannes y es su regreso a México, tras haber estrenado Te prometo anarquía (2015) y Atrás hay relámpagos (2017). Hernández, al igual que sus personajes, no se detiene, se encuentra en la posproducción de Ojalá el sol me esconda y, recientemente, se le dio una residencia artística en Berlín para que continúe escribiendo.
Desde los jóvenes nihilistas en Gasolina (2008) hasta esa tribu urbana de patinadores de Te prometo anarquía, el cine de Cordón presenta personajes que pueden ser considerados parias, no importa su clase social. En ellos hay una desestabilización que no les permite ser parte de la sociedad, según las normas regulares. Por ello, experimentan, vagabundean, se trasladan de un lugar a otro sin un fin concreto, van descubriendo el mundo, a la vez que se van conociendo a sí mismos.
No resulta extraño que Cómprame un revólver sea su obra con más referencias a Mark Twain, creador de personajes icónicos como Tom Sawyer o Huckleberry Finn, quienes, en otro contexto, también estaban al margen de las convenciones sociales y su destino se lo fabricaban en cada aventura.
Ese espíritu de Twain, Cordón lo traslada a un México en un futuro incierto, en el que el narcotráfico lo domina todo y la población disminuye por la falta de mujeres. Entre tanta producción mexicana sobre los cárteles, la violencia y la corrupción, este filme destaca tanto por su forma como por su contenido. Cordón entiende que a raíz de tanto feminicidio el futuro estará carente de mujeres, y en ese panorama surge Huck (Matilde Hernández), la hija de un adicto que ha sobrevivido por suerte, quien la viste con casco y máscara para hacer creer a los demás que es un niño.
La Huck de Cordón es una mezcla, tiene algo del personaje de Twain, un poco de Imperator Furiosa (Mad Max Fury Road, George Miller, 2015) y, otro tanto, creación del propio Cordón, quien hace debutar a su hija como actriz. Su otra hija también tiene un pequeño rol al inicio.
Los escenarios son pocos: un desierto, un campo de béisbol (deporte preferido de Julio), una casa rodante y un río. Ahí se desarrolla una historia que oscila entre el thriller de narcos y la comedia absurda. Ese tono humorístico sirve de contrapunto ante la violencia que permea la historia, así, los restos de una matanza que se representarían trágicamente en otro filme, son acá mostrados por medio de un dron, y lo que se observa son figuras sobre el suelo con una mancha roja simulando sangre. El plano secuencia funciona de gran forma y no importa lo caricaturesco de la escena, el impacto es igual de fuerte.
Como todo filme de Cordón, este no se puede encasillar en un solo género ni estilo. Ya se mencionaron los elementos que hacen de él un thriller y una comedia absurda; pero también es un coming of age y un relato apocalíptico. Como historia de transición, Huck es una heroína que vive con su padre drogadicto. Entre juegos y realidad aprende y sobrevive ante la adversidad. Por momentos acompaña a otros niños que parecen ser una tribu en el desierto, con quienes comparte códigos.
Por otra parte, Cómprame un revolver tiene ecos de la saga Mad Max y del cine del brasileño Adirley Queirós, quien ha creado historias futuristas (Branco Sai, Preto Fica, 2014; Era uma Vez Brasília, 2017), con conceptos provenientes de la ciencia ficción, pero sin mayores efectos especiales y con bajo presupuesto.
Julio trabajó por segunda vez con el director de fotografía Nicolás Wong. Entre ambos crean una distopía con tintes de fábula a partir de la simplicidad estética del desierto, con sus polvorientos caminos, su amplitud de espacio, la posibilidad de filmar escenas con dron y aprovechando al máximo el cielo, con atardeceres naranjas y rosáceos.
En Cómprame un revólver, como en el resto de la filmografía de Cordón, hay violencia, pero queda en un segundo plano. El realizador evita caer en el morbo y sus personajes no son unos miserables que venden lástima; al contrario, tienen un impulso vital que les motiva a seguir, no son héroes ni aspiran a serlo, se mueven de forma más orgánica, instintiva; les une el estar en contra de un orden social establecido, por lo que son rebeldes. También suelen perder la inocencia, como sucede con Huck, en esa secuencia final cuando ella y un líder narco navegan por un río, símil de Huckleberry y Jim en el relato de Twain, pero del que Cordón se desvincula y propone que su protagonista dé el siguiente paso y se convierta en la líder del grupo de niños rebeldes.
País: México-Colombia
Año: 2018
Título original: Cómprame un revólver
Dirección: Julio Hernández Cordón